domingo, 23 de marzo de 2014

Lovely Fridays IV

Ella viajó, pasó por la ciudad donde se conocieron, donde él vivía, donde había pasado los momentos más felices que almacenaba en el disco duro de su memoria. Buscó su mirada entre los ojos de la gente. Pasó por las calles por las que un día, apenas medio año atrás pisó con él, feliz. La nostalgia la invadió por completo y fue entonces cuando se echó a llorar, allí, en una ciudad en la que tan sólo una persona la reconocería. Cogió el móvil y pensó en llamarle. Había borrado su número, pero aún lo recordaba, valla que si lo recordaba como sí hubiera sido ayer la última vez que hubiese marcado su número de carrerilla. Le llamó y no supo que decir. Se le hizo un enorme nudo en la garganta y colgó. Colgó porque el miedo se apoderó de sus palabras y hasta le bailaban las rodillas.

Siguió paseando, pensando en qué decir si le llamaba. Tal vez le diría que no ha habido una sola noche en la que el insomnio le halla dejado vivir, que los “te quieros” que había pronunciado desde que se fue aquel día de verano sólo los ha escuchado el aire, que la vida sin él no se merece llamar vida, que hasta ha rezado por que volviera pero su amigo el orgullo tal vez no le había dejado. Y de tanto andar llegó hasta su casa, su portal… ¡Qué recuerdos! Ojalá hubiera tenido el valor de haberle llamado antes. Le llamó, pensó en decirle todo pero no supo nada más que preguntarle que donde estaba y le dijo que en casa. Fue entonces cuando ella se armó de valor como jamás antes lo había hecho y llamó al timbre y contestó- ¿Puedo subir? .Y la respuesta fue un no tan rotundo que las ganas de irse corriendo podían con ella. Al momento dijo que bajaría él. Le notó raro, extraño, no era el mismo. Pasearon, fueron al parque, aquel parque tan lleno de recuerdos. Él le contó que había encontrado a alguien, que la esperó, que esperó a que le llamara, pero que no le llamó. Ella dijo que ella no había vuelto a besar otros labios, aunque oportunidades le habían sobrado. Él le abrazó, la había echado de menos, le había dolido el alma y se había desangrado por dentro. Dijo que tenía que marcharse, que tenía planes. Que le llamaría de vez en cuando para contarle qué tal le iba. Le dijo Adiós, le dio un beso en la mejilla y se fue.

Ella se quedó rota. No tenía que haber ido. Nunca tenía que haberse hecho ilusiones. Él era parte del pasado y el destino parecía decir que ese capítulo en su vida ya acabó y que era hora de pasar página y olvidarle.

Su autocar no salía hasta las once, y ni siquiera eran las seis. Pensó que pasaría más tiempo con él, que el amor volvería, que el la besaría hasta que le doliesen los labios, pero no. No ocurrió nada. Él ya había encontrado a otra, seguro que más guapa que ella, más lista y mejor. Y sin distancia de por medio. Fue al baño y comenzó a llorar, a llorar desconsoladamente. ¡Qué ingenua! Él ya le había olvidado y ella aún llevaba su foto en la cartera. Ella aún leía cada día las 183 cartas que él le había mandado, ella aún guardaba aquel álbum con todas las fotos que se hicieron juntos y aquel poema jamás lo había olvidado.

Salió del baño y de la estación y fue hasta el bar donde pasaron tantas tardes, ese lleno de cuadros bonitos y con la mejor música de los 80 de fondo. Se sentó en la barra, pidió una Coca-Cola, la camarera no le había reconocido, aunque ella no había olvidado su mirada. Y entonces entró él, con otra chica, una rubia, alta y de ojos claros. Hizo como que no le había visto. Pagó y se marchó corriendo. Sintió como la muerte rozaba su alma. Le dolió como si le hubieran clavado mil cuchillos en el corazón. Pero él se había dado cuenta de que ella estaba allí y al verla salir fue detrás, dejando a la rubia sola en aquel bar. Gritó su nombre y corrió hacía ella, le pidió perdón por no haberla llamado, por no haberlo intentado arreglar. Ni si quiera recordaba porqué discutieron antes de marcharse aquel día de verano. Ella le dijo que daba igual, que ya eso ya no importaba, que lo mejor era que volviera al bar con aquella chica tan guapa y que olvidase que había vuelto, que hiciera como si no la hubiera visto, que siguiera con su vida y que no le volvería a molestar. Él le dijo que nunca había olvidado el brillo de sus ojos, le agarro de la cintura y le susurró al oído que la quería, y la besó, la besó con tanta intensidad que se paró el mundo y entraron en otra dimensión. Pero de repente paró, fue a hablar con su novia bueno, la que en unos segundos dejó de serlo. Le dijo que aquella chica que había salido corriendo era aquella de la que tanto le hablaba. Le pidió perdón por haberla hecho perder tanto tiempo y se fue.


Se fueron juntos a pasear, a matarse a besos y a caricias, y después fueron hasta su casa, se amaron hasta la saciedad. Y ya eran las diez, tenía que marcharse o perdería el bus. Él le dijo que no podía perderla, se echó a llorar y entre lágrimas le pidió que se quedara un par de días más, que la necesitaba, que no sabía vivir sin su sonrisa. Solo habían pasado juntos cuatro horas, y eso no les bastaba para rellenar aquellos seis meses sin verse. Y se quedó, hablaron toda la noche, se lo contaron todo, pusieron rumbo a la playa a las tres de la mañana, aunque de calor no hacía nada, fueron a recordar.

Y recordaron, y se juraron amor eterno, y aún se aman , y se besan con más pasión que nunca, y si ella se tira el se tira detrás.

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